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viernes, 1 de octubre de 2010

BULLING..ACOSO ESCOLAR

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Bullying, el acoso invisible
La nota que se publica aquí fue seleccionada en el Certamen Nacional “Periodistas por un día”, que organizan el Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación y la Asociación de Editores de Diarios de Buenos Aires (Aedba).


“Fui victima del bullying durante muchos años, desde la primaria. Me sentía molestada, ofendida, despreciada por mis propios compañeros. Cuando era muy chica tuve parálisis cerebral, que me dejó secuelas. Por eso tengo dificultad para caminar”, recuerda Yas, estudiante de una escuela media de la ciudad de Buenos Aires. ¿Qué es el bullying? Esta palabra en inglés se generalizó para designar un fenómeno bastante común entre los estudiantes: el acoso y el maltrato. Es un maltrato que una víctima recibe de un victimario, que cruelmente cumple con el objetivo de asustarlo y someterlo con burlas y agresiones de distinto tipo. Esto provoca la exclusión social del agredido.
El bullying, acción bastante común en las escuelas primarias y secundarias, es “un comportamiento prolongado de insulto verbal, rechazo social, intimidación psicológica o agresión física de uno o unos niños hacia otro que se convierte en víctima”, dice María Zysman, psicopedagoga del equipo Bullying Cero Argentina.
No todo acto agresivo entra en la categoría de bullying. Para que se cumplan se tienen que dar una serie de condiciones:
- Una víctima, casi siempre indefensa, que es objeto de ataques reiterados de parte de uno o varios compañeros.
- Desigualdad de poder, ya que siempre hay un “fuerte” que se impone a un “débil”.
- Repetición: el acto agresivo se reitera, sucede durante un tiempo largo y de forma reiterada.
El bullying puede manifestarse de diferentes maneras, o sea que existen diversos tipos de acoso:
- Físico: “Lo golpeaba en la cabeza cada vez que no me convidaba golosinas” –dice Mariano, de 15 años–. Yo era chico y tenía un tío joven que me decía que los hombres tienen que hacerse valer por la fuerza. Le creía porque era mi tío y era más grande que yo. El era mi modelo y entonces yo agarraba a alguien de punto. A este pibe lo tenía loco. Le quitaba todo lo que se compraba: chicles, caramelos. Si no, lo golpeaba.”
- Verbal: “Cuando estaba en 4o grado mi mamá me llevó al oculista porque no veía bien. La maestra me había sentado en el primer banco y me cargaban porque era alta. El oculista me recetó anteojos. El día que los tuve, fui recontenta al colegio porque ahora me iba a sentar atrás. Pero cuando me vieron me empezaron a gritar ‘Cuatro ojos, ahí viene la Cuatro ojos’ y cosas así. Me sacaba los anteojos y no veía, y si me los ponía se burlaban de mí”, cuenta Gladis, de 15 años.
- Psicológico: “Yo traigo plata y me compro algo en el buffet, todos los días. Vienen los de 4o y me rodean para sacarme lo que compré. A mí me da mucho miedo.” (Testimonio de Alan, 13 años.)
- Social: “Te cuento que yo iba a una escuela de Fuerte Apache, en la EGB. Ahí a todos nos gustaba la cumbia, la cumbia villera, ¿viste? Cuando terminé la EGB mi vieja quiso que me pasara al lado de Capital para terminar la secundaria. Fui a una escuela de Devoto. Como me gustaba la cumbia me empezaron a decir ‘villera’ y cosas peores. No podía soportarlo, pero no quería contarle a mi vieja para que no se armara lío.” (Romina, 15 años).
El acoso escolar es una forma más de discriminación, fenómeno muy extendido en la sociedad actual. Según María José Lubertino, titular del Inadi, en la ciudad de Buenos Aires más del 30 por ciento de las personas entrevistadas señala haber vivido situaciones de discriminación.
El acoso escolar no es nuevo. Existió desde siempre. En la época de nuestros abuelos, según nos cuentan ellos, las “cargadas” se hacían casi en secreto. “Siempre se tomaba a uno de punto, al narigón, al gordo, al muy alto, o al muy bajito, pero esto tenía poca carga agresiva, era más bien motivo de risa y ahí quedaba”, recuerda un abuelo.
En la actualidad, según cuenta el investigador Rolando Martiñá, “el bullying se hace público. No cualquiera es acosador y no cualquiera es el acosado, aunque sí cualquiera puede ser espectador. El bullying –explica Martiñá– cuenta con espectadores que suelen formar parte de un grupo acosador o que simplemente ‘disfrutan’ del espectáculo. A veces tratan de asociarse con el acosador para “compartir’ su poder y, a través de él, llegar a hacer algo que quizá deseen pero no se animan a concretar.
“Yo no digo nada cuando veo que joden a alguien... A veces porque tengo miedo y otras veces porque me río de lo que pasa. Y, sí, lo disfruto un poco –dice Darío, de 14 años–. Un día cuando salía de la escuela vi que había bardo en la esquina. Corrí como hacen todos los chabones. A uno le estaban dando con todo. Se burlaban porque su equipo de fútbol nunca ganaba. Siempre lo cargaban, pero ese día parece que él quiso defenderse y se la dieron mal. Yo me quedé mirando hasta que vino alguien de la escuela y todos salimos corriendo.”
Los agresores se sienten superiores a sus víctimas, por eso les imponen el maltrato. “Por lo general, proyectan en el otro sus propios problemas”, dice la psicológica Susana Ruettinger. “Las víctimas –explica– son en su mayoría retraídas, solitarias, casi nunca se defienden y, lo que es peor, no se lo cuentan a nadie por temor. Seguramente están pasando por un mal momento. Es una situación de discriminación social.”
“Yo permitía el maltrato porque mi mamá me había enseñado que no se pegaba a los compañeros. Entonces no me defendía”, cuenta Yas, alumna secundaria.
¿Por qué se produce el acoso escolar? ¿Cuáles son los motivos que llevan a uno o varios adolescentes a agredir reiteradamente a un compañero y “a tomarlo de punto”? ¿Cuáles son esas huellas que marcan al adolescente agresor? “En realidad, son personas que sufren”, dice la psicóloga social Liliana Bearzi. Muchas veces se trata de situaciones de violencia a nivel familiar que determinan que el adolescente, en este caso víctima en su casa, sienta la necesidad de “desquitarse”, de pasar de víctima a victimario. Entonces, se las toma con otro para mostrarse superior. El investigador José María Avilés Martínez explica que, algunas veces, un alumno que reiteradamente fracasa como estudiante puede sentir la urgencia de sobresalir en algo y elige la agresión a un indefenso como forma de mostrarse superior.
“Yo en primero era un burro, bah, no estudiaba nada. Repetí y me sentí remal porque estaba con los que venían de 7. Me las agarraba con dos pibas retragas. Empecé a cargarlas, a decirles de todo, hasta las hacía llorar”, recuerda Alcides, de 17 años.
Por otro lado, a menudo la escuela no proporciona suficiente contención como para evitar estas situaciones o asumirlas y remediarlas cuando se producen.
Los medios de comunicación tienen también su responsabilidad en esto conflictos. El Plan Nacional contra la Discriminación explica que “la imagen de los jóvenes que van construyendo los medios en su conjunto es francamente discriminatoria de sus capacidades. Esta situación puede llevar a acciones de violencia entre los espectadores adolescentes, que imitan modelos donde los ‘mejores’ se imponen a los ‘inferiores’ por el solo hecho de su poder. No se toman en cuenta las capacidades de cada uno; sólo se trata del ejercicio del poder sobre las víctimas”.
¿Qué hacer para enfrentar estas situaciones de acoso en la escuela? ¿Qué hacer para evitarlas? La psicóloga Bearzi propone la creación de espacios de la escuela en los que se dé lugar a la palabra de cada integrante, espacios en los que no sólo se acepten las diferencias sino en las que también se respeten y crear condiciones tales que los chicos no tengan la necesidad de agredir a otros para “sentirse bien”.


ARGENTINA• El 'bullying' en las escuelas de hoy


REPORTAJE de Silvina Cohen Imach, Psicóloga •


“Violencia Escolar” o “violencia en las escuelas” son distintas formas en que designa un modo de agresión. Ella se nos presenta en nuestros tiempos como un síntoma social, como un emergente de nuestra cultura y de nuestra sociedad, del cual hoy algo comienza a hablarse, a des-taparse, pero que hasta hace unos años sólo latía desde lo oculto, funcionando en silencio. No significa que no existía, sino que era mudo. Constituye un fenómeno tan viejo como las escuelas, aunque haya que admitir un aumento de las estadísticas que muestran la cantidad de niños muertos por parte de sus pares dentro de las escuelas. Sabemos también, por la experiencia clínica y a través de notas periodísticas, que no conoce de edades ni es privativo de una clase social; por el contrario, el acoso escolar puede surgir entre niños pre-escolares como hasta entre universitarios, y tanto en sectores empobrecidos como en aquellos más favorecidos cultural y económicamente. El acoso escolar, denominado bullying por los especialistas, designa una forma de violencia propia de los espacios escolares, que incluye no sólo la violencia física, sino también la agresión psicológica y moral que un alumno ejerce sobre otro, de un modo sistemático y con la intención de dañarlo. El bullying, sin gestarse en las aulas, encuentra allí su escenario principal.

El sello fundamental de esta y de otras formas de violencia es el abuso de poder que se descubre detrás del vínculo que se crea entre el agresor y su víctima; que pone en marcha un proceso de abuso e intimidación sistemáticos por parte de un niño hacia otro que no tiene posibilidades de defenderse.
El estudio de la situación de acoso escolar revela siempre la existencia de un líder que, mediante ciertas estrategias (burlas, insultos, robos, golpes, rumores), controla no sólo a la víctima sino a la mayor parte de sus compañeros; una víctima, o varias, que se hallan en general en una situación de vulnerabilidad o indefensión, por lo que se establece una relación desigual entre el abusador y su víctima; y los espectadores, grupo formado por el resto del grado, que contemplan la puesta en escena del agresor, y que callan por identificación con el abusador, o por el miedo que les genera el rebelarse al agresor. El grupo, sin querer, se va mimetizando con el agresor, y tomando sus características.

Pero esta relación desigual entre el bully y su víctima no se da por casualidad, o por la sola “perversidad” del agresor.

Aparece allí donde hubo un aprendizaje de la violencia (tanto en la víctima como en el agresor) pero, principalmente, cuando hay una institución escolar que no se compromete, ya sea con la mirada o la escucha de parte de un adulto (director, maestro, preceptor, o hasta ordenanza) capaz de generar la reinstauración de la ley.

Bromas que hacen sufrir

Mientras el 99% de los chico/as reconoce que tiene algún compañero/a del que se burlan, a los gabinetes interdisciplinarios de los colegios apenas llega el 2% de los casos

El 99% de lo/s alumno/as reconoce que tiene algún compañero/a en la escuela del que todos se burlan; sin embargo, apenas el 2% de este tipo de problemas llega a los equipos interdisciplinarios escolares, y cuando lo/as docentes ya no pueden manejar la situación. La clave está en poder detectar a tiempo las relaciones conflictivas entre alumno/as. “El/La docente debe tener un ojo avezado para darse cuenta de cuándo intervenir y cuándo pedir el apoyo de un experto”, advierte la coordinadora de la Comisión Provincial de Prevención de la Violencia Escolar, Josefina Hidalgo. Cuando esto no ocurre y se deja pasar el tiempo, se pueden producir hechos de violencia mucho más graves, como ocurrió en Corrientes, donde un chico de 12 años mató a otro de 14, porque se burlaba de él.

Síntomas de alarma
LLEGA TRISTE o malhumorado de la escuela. Hay que indagar qué pasó.

LE ROBAN O PIERDE sus cosas todos los días. Preguntar qué pasó en cada caso y averiguar si es verdad lo que dice.

SILENCIOS. El chico está callado, pierde su mirada en la nada y tiene problemas de concentración.

EVITA SALIR SOLO A LA CALLE. No quiere ir caminando al colegio, cuando antes lo hacía, o abandona actividades que antes le gustaban.

BAJA SU RENDIMIENTO escolar y se angustia mucho cuando en la casa se habla de la escuela.

NO LE GUSTA EL COLEGIO y pide que lo cambien. Los domingos por la tarde comienza a dolerle la cabeza o el estómago, como una angustia anticipatoria, porque sabe que al día siguiente deberá ver a sus compañeros.

DESCUIDA su aspecto personal. Se muestra desaliñado o no se quiere bañar.

IRRITABILIDAD. Contesta mal a los padres y hermanos.

DUERME MAL. Se queda hasta muy tarde viendo televisión, no se puede dormir, o se despierta durante la noche.

ROBA O SACA objetos de la casa para llevarlos al colegio (muchos los entregan al acosador).

La violencia se aprende con el ejemplo de los mayores

La prevención es la única manera de frenar la agresión. La Provincia trabaja en 40 escuelas con capacitación a docentes y a directivos. Muchos casos llegan a denuncias por discriminación.


Donde acudir o pedir ayuda

1- A LA DIRECCION de la escuela. Si el/la docente tutor no da importancia a la situación de acoso, hay que hablar con los directivos.

2- A LOS DEMAS PADRES. Si el colegio no resuelve la situación, los otros padres deben estar al tanto de lo que ocurre con el chico, de modo de poder trazar puentes de comunicación para solucionar el conflicto.




3- AL INADI, al 430- 7397, para pedir una intervención.
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Hay apodos que resuenan en los patios y en las aulas de la escuela, que no parecen ofensivos pero molestan, porque van cargados de una intención descalificadora: “Negro”, “Gordo”, “Traga”. Otros resultan más odiosos, como “Boliviano”, “Villero” o “Nerd” (una persona tecnológicamente brillante y socialmente inepta). A menudo, lo/s chico/as que son objeto de este tipo de calificaciones por parte de sus compañero/as tienen reacciones violentas. De hecho, las numerosas denuncias que recibe la delegación local del Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación), y que se vinculan con la violencia, están motivadas en una reacción del “diferente” ante el acoso de sus pares.

“Estamos en un mundo donde la violencia es el recurso que más se usa en las relaciones humanas. Cuando hay una denuncia, vamos a las escuelas y hacemos talleres para los padres y los docentes. Hemos tenido buenos resultados en muchos casos. En otros, no. El principal escollo son los adultos. Un/a niño/a que es violento/a, discriminador/a, lo aprende de nosotros, loa/as adulto/as”, afirmó la directora de la delegación, Graciela Cárdenas. Los talleristas trabajan con los chicos poniéndolos en situación. Una de las actividades consiste en elegir un/a compañero/a y presentarlo/a. “Ponemos a todo/as en círculo y les prendemos un rótulo a cada chico/a en la espalda, con la palabra que nombra el estereotipo: ‘gordo’, ‘boliviano’, ‘villero’, ‘negro’, etcétera. Los demás chico/as no saben qué dice el letrero; sólo lo sabe el compañero que lo tiene que presentar desde el lugar del prejuicio, pero sin decir la palabra escrita”, explica Cárdenas. “Por ejemplo, si la palabra es villero, el que presenta suele decir algo así como: este vive en un lugar pobre, es sucio, ladrón”, señala.
“En ese momento uno se da cuenta de cómo lo está presentando al compañero/a y entiende cuál es el prejuicio. Comprende que, en realidad, la mayoría de los que viven en un barrio humilde no responden a esas características, sino que es una creencia falsa”, explica.

La gestión de los talleres busca favorecer las relaciones, reconstruir vínculos y que el/la chico/a entienda que su “paisaje afectivo” está integrado por sus compañeros y sus maestros, además de sus padres. “Sus compañero/as y docentes también son su familia, porque pasan más tiempo con ellos que en su casa. Nuestra idea es transmitir herramientas para que eso/as chico/as puedan relacionarse con el que es diferente, sin usar la violencia”, destaca Cárdenas.

El/La adulto/a (el/la docente debe estar atento para avizorar el conflicto y evitar que un/a chico/a sea víctima de bullying (acoso, intimidación, entre pares)”, explica la coordinadora, Josefina Hidalgo. “Pero no hay que crear psicosis. Lo/as acosadote/as buscan un chivo expiatorio

Lo/as acosadote/as son, en su gran mayoría, niño/as con problemas en su vida personal, que buscan un chivo expiatorio para descargar sus frustraciones. Muchas veces, son adolescentes que no tienen límites, sobreprotegidos por sus padres (otras veces, no), que no respetan a nadie.

El/La chico/a acosador lleva, por lo general, mucho tiempo mostrando síntomas de alarma -que nadie sabe interpretar- como pérdida del interés por sus actividades, aburrimiento persistente, falta de energía, necesidad de comunicarse a través de la violencia, pasión por juegos y películas violentas. El 25% de los agresores que se han acostumbrado a intimidar para lograr sus objetivos puede tener problemas con la justicia en el futuro, detalla Marta Salas, en el capítulo “Violencia escolar” del proyecto de investigación “La violencia física: su incidencia en la familia y en la escuela en San Miguel de Tucumán” (Facultad de Psicología de la UNT, cátedra de Psicología Evolutiva I, 2002, Ciunt).

Pero no hay un/a solo/a victimario/a; el grupo que mira la agresión sirve para propagar y alentar el acoso escolar. Durante el proceso del bullying agresor, víctima y grupo forman parte de un mismo circuito de la violencia. Precisamente, la incapacidad para defenderse por parte de la víctima se debe a que el grupo toma partido por el más fuerte.

El acoso no desaparece solo. Es necesario que los padres y los docentes o profesionales tomen intervención. No hay que esperar a que la víctima cree sus propias garras para defenderse, porque no lo hará nunca sin ayuda. Lo más probable es que la situación empeore y se termine con el cambio del colegio del/a joven.

En cada grado/curso hay un/a chico/a al que toman de “punto”

Muchas veces el/la docente no se da cuenta de la victimización de algún/a alumno/a. Apenas el 2% de los casos llegan al Gabinete Psicológico de la Provincia, según estudio de la Facultad de Psicología..
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Insultos por computadora
Mensajes de texto y mails con insultos, intimidaciones y amenazas constituyen la nueva modalidad de acoso entre los adolescentes que manejan tecnología. El llamado ciberbullying (“ciberintimidación” ) es ya otra arista frecuente del comportamiento agresivo de los jóvenes. Se mandan fotografías, fotomontajes y videos filmados con celulares a través de mensajes de texto o mails, o los suben a los blogs. Los colegios no reconocen esto como parte de la problemática escolar. “En la mayoría de los establecimientos la computadora se usa de manera dirigida. Este tipo de acoso se hace desde la casa o desde un ciber”, explicó un directivo.
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En una escuela de la periferia de la capital tucumana, un niño de 9 años reconoce que los chicos se burlan de una compañera que llega tarde a clase porque asiste a un comedor infantil. El dato es parte de un estudio de la Facultad de Psicología de la UNT, que revela que el 99 % de lo/as niño/as tiene algún/a compañero/a en su grado que es blanco de humillaciones.

“Danonino vencido”, “Jirafa humana”, “Flaca escopeta” ... son algunos de los apodos que utilizan los chicos para ridiculizar al compañero. El 59% de los sobrenombres hace referencia al aspecto físico. El 13% de los apodos (que se observan en chico/as de 11 y 12 años) están referidos a su sexualidad: “marica”, el más común. El 4% están referidos a nombres de políticos (“Menéndez legisladora” ) y el 9% son de orden racial (“le dicen Baltasar porque es negro” ). El 54% de los que sufren bromas pesadas son los varones.

Marta Salas, autora del proyecto, señala que los porcentajes y las tendencias no han variado. Para ella educar en la tolerancia sigue siendo una materia pendiente de la familia y de la escuela. “Lo/as chico/as pasan mucho tiempo solos por la ausencia de sus padres. La violencia aprendida de la casa produce una naturalización del maltrato y así se convierte en una construcción social”, reconoce la titular de la cátedra de Evolutiva I de la Facultad de Psicología de la UNT y directora del proyecto de investigación “Comportamientos violentos de los niños en escuelas urbanas y rurales de Tucumán”.


“Pancho, el traga”

Llega silencioso al aula, se sienta y abre su carpeta. Los demás cuchichean a sus espaldas y pronto se escucha una voz que dice: “tragate un Pancho”. Francisco no se da por aludido. Pero comenzada la clase, un ruido extraño interrumpe a la profesora y todos gritan “¡Pancho! mirándolo con sorpresa. Por fin los ojos de Francisco centellean impotencia. Y las risas de los chicos se mezclan con el reto de la profesora.

“Hay tres clases de alumnos y ellos mismos se encargan de etiquetarse tan pronto llegan al establecimiento escolar: están los que se sientan adelante, los que se sientan en el medio y los que se sientan atrás. Si alguien va a suicidarse será uno de adelante; si alguien va a matar a todo el mundo con una pistola, será uno del medio y si alguien tendrá la culpa de todo, será uno de los de atrás”, grafica Hernán Casciari, escritor y periodista argentino, en su artículo “A mí me decían El Gordo Boludo”, publicado en el blog “Orsai.es”.

“El profesor no debería sentirse satisfecho si los de adelante escuchan atentamente la clase. Debería saber que eso no se llama ‘escuchar’: eso es timidez, introversión o pánico. Lo que debe intentar un maestro es entretener a los del fondo”, reflexiona.

El Gabinete Psicopedagógico Interdisciplinario trabaja en 31 equipos en toda la provincia. Atendió 7.561 consultas en un año, pero sólo el 2% es por acoso escolar.

“Fui el gordito petiso”

“En nuestro curso hay un compañero que es gordito y petiso. Todos lo molestamos siempre con lo mismo. Pero él no reacciona, porque es buenito”, contó Leandro (17), alumno de una escuela técnica. Sus colegas coincidieron en que el adolescente acosado, por ser bueno y callado, propicia que los demás se abusen. “A veces protesta y hasta puede llegar a insultar, pero no hace nada más. Hay dos o tres que son los que más lo acosan. Se les va la mano. Lo tienen de punto”, afirmaron. Reconocieron que los apodos descalificadores están entre las causas más frecuentes de los enojos y las peleas.
“Si a mí me hicieran eso, yo pondría un límite -sostuvo Luis (18). Hablaría con la persona que me molesta. En caso de que me siguiera acosando, lo invitaría a arreglar las cosas fuera de la escuela. Ahí entra la violencia, porque yo no me dejaría hacer eso”.

Las bromas escolares pueden causar actos violentos

Apenas el 2% de los problemas que se derivan de las relaciones conflictivas entre los alumnos llega a conocimiento de los equipos interdisciplinarios de las escuelas, a pesar de que el 99% de los chicos admite que tiene algún compañero del que todos se burlan. Apodos con fuerte carga despectiva o discriminatoria, como “negro”, “villero”, “gordo”, “boliviano” y hasta “legislador” son moneda corriente entre los chicos. Los especialistas sostienen que los adultos deben estar atentos a las señales de alarma y proceder para evitar que los alumnos sean víctimas de bullying (acoso o intimidación entre pares).

Todos coinciden en que las actitudes violentas se aprenden de los mayores, y que los acosadores son niños con problemas en su vida personal. La recomendación es estar atentos al comportamiento de los chicos tímidos; si son víctimas de la violencia en las aulas, necesitan del apoyo de los padres y de los docentes para hacer frente a la situación. No debe permitirse que se sientan culpables, porque es el acosador el que está fuera de lugar.

Negro, Boliviano, Peruano, Cabeza de Chancho, Blanquito, son los apodos que más se utilizan en el curso, según dijeron Franco y Raúl, otros integrantes del grupo. Uno de ellos reconoció que le suelen decir Gordo, pero no le molesta. “Son palabras, nada más”, dijo con un gesto de que el apelativo no le importa.

Como actuar ante la agresión

LAS VICTIMAS de acoso necesitan imperiosamente sentirse apoyadas por sus padres, docentes y profesionales. Es con esta contención que ellas podrán hacer frente a sus acosadores. Por eso es importante que se escuche al niño y se lo apoye.

NO CULPAR al chico porque no supo defenderse; por el contrario, hacerle notar que son los acosadores los que están fuera de lugar.

ELEVAR LA AUTOESTIMA del chico. Hacerle entender que él es una gran persona, que merece respeto, y que debe hacerse respetar.

GANAR SU CONFIANZA. Un chico que confía en su padre necesita saber que lo ayudará sin empeorar las cosas y sin generar sentimientos de vergüenza. El padre debe asegurarle que no hará nada sin su autorización.

EL LLANTO ES BUENO. Hay que dejar que el chico se exprese con llanto y rabia; no hay que reprimirlo, ni responder con nervios, sino tranquilamente. De esta manera el niño o joven se sentirá más contenido.

NUNCA MINIMIZAR LAS COSAS, como tampoco hacer un gran escándalo. Tratar de darle al problema la solución que el chico espera, con firmeza y con altura.

NO COLOCAR al chico en situación de víctima todo el tiempo. Hay que convencerlo de que se puede salir airoso de la situación.

HABLAR CON LOS DIRECTIVOS. El colegio debe hacerse cargo de la situación, porque, en suma, es el responsable.

Qué decirle a lo/as hijo/as

EL MEJOR CONSEJO que uno puede darle a un hijo para evitar ser acosado es que ignore a quien trata de ofenderlo o de burlarse de él. “No le llevés el apunte y, si es posible, caminá sin mirarlo; ignoralo. Si te habla pero no te toca, seguí adelante como si nada y, si te toca, lo mirás fijo y le decís con firmeza y seriedad que no te moleste”.

NO LLORAR ni enojarse es una regla de oro que desarma el objetivo del acosador. “No le demuestres que te importa, porque cuando descubra que te duele que te diga tal o cual cosa, te lo hará hasta el cansancio” es un buen consejo que se les puede dar a los chicos para evitar convertirse en “punto”.

SABER REIRSE DE UNO MISMO es una buena estrategia. “Si te dicen algo acerca de la ropa que llevás puesta, por ejemplo, le decís: ‘¿te gusta? a mí también’.

AVISAR A UN ADULTOR es importante. Los padres y el docente tutor deben saberlo. “Esto no es acusar, sino pedir ayuda cuando uno la necesita porque con el correr del tiempo se puede agravar”.

“VOS NO SOS EL PROBLEMA. El acosador es el que está mal. Cuando lo veas en actitud de querer decirte algo a los gritos, para molestarte, cambiá de lugar, andá a otro lado donde haya un adulto”.

* Silvina Cohen Imach, es Psicóloga clínica